domingo, 22 de mayo de 2011

El Espíritu de la Vereda

por Olivia Newton-John






Olivia Newton-John aprobó con 8 el cursillo de ingreso a Psicología en 1979. Es autora de los libros Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos (Random House, 1984) y Rosamonte, Nobleza Gaucha y otras yerbas (Interzona, 1996). Fue asesora técnica de la serie Los Soprano y de la segunda temporada de Baywatch de Noche. Actualmente está escribiendo la adaptación al cine de Los Supersónicos que dirigirá Alejandro González Iñárritu.



Estás en una fiesta y alguien te insulta. Todos esperan que le respondas apropiadamente a tu agresor, pero decís lo primero que se te cruza por la cabeza. Y quedás como un pelotudo porque (oh! sorpresa) lo primero que se le cruza a uno por la cabeza cuando está bajo presión suele ser tan efectivo como el Raid para matar un jabalí. Entonces te vas de la reunión con la vena hinchada. Y cuando bajás las escaleras para irte, tenés una epifanía. La frase que hubiese desarmado al otro. Pero ya es muy tarde. Chuck Palahniuk nos informa en el relato "Tripas" de su libro Fantasmas (Postales Taiwanesas. Asunción, 2004) que los franceses tienen una expresión para ese momento: Espirit d' Escalier, "Espíritu de la Escalera".




Pero los franceses no tienen una expresión para uno de los peores males de la neurolingüística que azotan a la humanidad. Yo lo llamo “Espíritu de la Vereda”.




Supongamos que un transeúnte -al que llamaremos X- va caminando despreocupadamente hasta que se topa con un sujeto -al que llamaremos Cocoliso- con el que mantiene una relación de mutuo rechazo. Cocoliso quiere evitar a X, pero desafortunadamente sus miradas ya se cruzaron. X y Cocoliso se detienen a saludarse forzosamente. Cocoliso le pregunta a X cómo anda y qué es de la vida del Beto, sin importarle lo más mínimo si responde: “maso, le amputaron una pierna a mi hermana”, “joya, me compré un terrenito en Saturno” o “al Beto le salió un laburito en Tanzania”. La incomodidad es irremediable. Las ganas de estar en otro lugar en ese momento sólo se comparan con el deseo irrefrenable de no haber conocido nunca a la persona que tenemos a escasos centímetros. El sabio X demuestra su prisa y se prepara para la fuga, mientras tanto, la mente de Cocoliso intenta elegir las palabras para una despedida medianamente cordial. Por su aspecto, no sabemos si Cocoliso está al borde de una parálisis o de un ataque de epilepsia. Se obliga a reaccionar. La orden que el cerebro le da a su boca no es muy clara. Y es entonces cuando se produce el desastre. El Espíritu de la Vereda. De los labios de Cocoliso emerge una o varias promesas insostenibles. “Tenemos que juntarnos un día de estos”, “Pasame tu teléfono, organicemos algo” o “¿Te prendés este finde para hacer un concurso de remeras mojadas en San Vicente?”. Cocoliso es un veredista, pero no lo sabe. Como pueden adivinar, X no está muy entusiasmado con los proyectos de morondanga de Cocoliso, que lo acaba de poner en una situación dificilísima. Ante X se abre este desagradable abanico de posibilidades:



a) Negarse y quedar como un forro.

b) Prenderse y quedar como un crédulo.

c) Escupirle en plena cara y quedar como un guarango.

d) Simular un llamado telefónico y quedar como un chanta.

Lamentablemente X es educado, y eso significa que además de no poner los codos en la mesa siempre optará por la opción b), dejando expuesta su buena voluntad que -como todos sabemos- siempre es una invitación al abuso y a la estafa. El tiempo pasa, la promesa no se cumple. Cocoliso perdió credibilidad y X perdió respeto por sí mismo.




Ya sé lo que están pensando. Que la analogía con el "Espíritu de la Escalera" no se cumple a rajatabla. Que en aquél una persona era iluminada por la frase correcta en el momento incorrecto y en éste una persona es invadida por la frase incorrecta en el momento incorrecto. De acuerdo. ¿Tienen un nombre mejor? Entonces chito.






Aunque el caso más común de todos es el aludido más arriba, existen otros que vale la pena tener en cuenta. Los factores, los lugares, las posturas y el número de integrantes cambian. Pero el Espíritu permanece. Inmutable. A continuación se enumeran cinco testimonios que describen distintos tipos de veredistas. Es bueno que los conozcan, acaso para evitarlos.








Rony Vargas, coreógrafo. “Fue en el verano del 2008. Rolo Puente todavía estaba vivo. Estábamos todos tirados en nuestras sillas, haciendo la sobremesa del asadazo que nos acabábamos de comer, hablando de las pelotudeces inenarrables que se suelen hablar en situaciones así. Uno de los comensales –quizás movido por el alcohol que todos habían bebido en demasía- se puso de pie y con la cucharita con la que nos habíamos servido el chimichurri golpeó su vaso durax. Anunció con voz épica, casi bíblica, que en algún momento podríamos hacer una celebración similar en su pueblito. De más está decir que nunca pisamos el mentado lugar. Fuimos víctimas de un veredista alcohólico”.









Silvio Rodríguez, stormtrooper. “Me encontraba con algo parecido a un grupo de amigos en uno de los bares con peor atención de la galaxia: El Rincón del Fundador. Mientras me sacaba el gusto a ceniza de cigarrillo que tenía el café con leche con un sorbo de soda, una de las personas sentadas en la mesa nos pidió que la escuchásemos con atención. Pronunció cada palabra como si estuviese esculpida en mármol. Dijo que pronto conseguiría trabajo y que con su primer sueldo financiaría una antología de cuentos. Agregó que habría una temática –a definir- que uniría todos los relatos. Sus ojos brillaban de esperanza. Los míos lagrimeaban, ese día tenía conjuntivitis. El tiempo confirmó mis sospechas: estaba ante un veredista literario”.













Ricardo Siri, pornógrafo infantil. “1984. El año de Indiana Jones y el Templo de la Perdición. De Doble de Cuerpo. De Calles de Fuego. De la versión de Metrópolis musicalizada por Giorgio Moroder. De La Historia sin Fin. Y de 1984. Un visitante se encontraba en mi morada, hablábamos de negocios. Su aspecto era tierno y despertaba una infinita confianza. Se podría decir que era imposible no quererlo. La conversación fue mutando de asuntos comerciales a temas personales. El tipo era un buen oyente y sus devoluciones eran siempre interesantes. Aprovechando ese clima de intimidad, me pidió echar un ojo a mi vasta biblioteca. Unos minutos después, y con muchísimo pudor, me preguntó si podía llevarse dos tomos de la Enciclopedia Británica que le interesaban ver con detenimiento en el confort de su hogar. Me aseguró que me los devolvería en un período menor a un mes. Le dije que no había ningún problema. Ha pasado mucha agua bajo el puente desde entonces y no he vuelto a ver esos dos preciados volúmenes. Había estado hablando con un veredista devolutorio.”












Albertina Carrie, costurera. “Conozco a Mariano Lencina desde sus años imberbes. Cada vez que tenía la oportunidad me advertía que se iba a suicidar. En ese entonces lo tomaba en serio. Llegó a cortarse las muñecas. Pero el corte era muy tímido. Le expliqué que el corte tenía que ser a lo largo de las venas y no perpendicular a ellas y que no debía hacerse una herida tan superficial. Me escuchó con atención. Siguió realizando advertencias de suicidio, cada vez más frecuentes, más públicas, más ampulosas. Pero de acercarse a un objeto filoso ni hablar. En el Messenger era muy común leer en sus mensajes personales lo cerca que estaba de la parca. Con la llegada de Facebook todo empeoró. Sus estados suicidas tenían 45 comentarios en un día malo. Lencina viene postergando su suicidio desde 1999. Todos estos años nos embaucó un veredista suicida.”













Rolando Rivas, taxista. “Suelo encontrarme con Pedro cuando estoy haciendo diversos trámites en el centro. Al principio me proponía tomar un café algún día de estos. Cada vez que lo vuelvo a encontrar no sólo renueva su oferta, la amplía. El inocente café se convierte en unos porros que van a ser fumados en el sillón de su casa. Pasan los días y el porro no llega. Pedro aparece de nuevo y reemplaza su promesa de porros por una promesa de líneas de cocaína. Cuando creo que ya lo escuché todo un entusiasmado Pedro me dice que unos amigos le trajeron heroína soviética y me invita a probarla. Me aclara que no tengo que llevar ni las jeringas. El tiempo transcurre, los días se suceden y mi sangre está más limpia que la conciencia de Winnie Pooh. No me quedan dudas, Pedro es un veredista narcótico.”






Continuará...

6 comentarios:

  1. Juanita Viale, actriz. "Conozco Damián Spadafore en un chat. El chat se vuelve más y más erótico; Damián promete sistemáticamete "cuando te agarro, te la pongo por diez días" y "nunca más te vas a poder sentar luego de sentir mi verga adentro". Luego me lo cruzo en algunas fiestas, y Damián insiste cada vez que me lo cruzo en en la cocina haciéndonos un fernet con coca, "no sabés la que te espera" y "cuando te agarre te destrozo". El tiempo pasa, y Damián desaparece de los lugares que solía frecuentar mientras yo sigo entrándole a mi vibrador con lunares amarillos. El veredicto es insoslayable: se trata un veredista sexual"

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  2. Víctor Laplace, ingeniero. "Desarrollo una profesión de alta presencia social; mis inventos están expuestos a la vista de todos y siempre hay algún pazguato que sostiene que mi creación está robada de alguna parte. Chequeando mi página web y mi facebook, observo que un sujeto llamado Francisco Tirubleño promete que se apersonará el día del registro de la patente de mi novel descorchador con cabecita de Sarah Kay y generará un escándalo gigantesco que incluirá la presencia de LV3, de Crónica TV y de Doña Jovita sin pañuelo. Sin embargo, la presentación del descorchador sucede sin mayores novedades y un día me lo encuentro a Tirubleño en la verdulería. Mientras elegimos los mejores rabanitos, Francisco me dice "sos un capo, man... mis hijas no pueden dejar de jugar ni un momento con tu descorchador".
    La conclusión no se debe hacer esperar: estamos frente al veredista escandalero".

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  3. Carola Del Bianco, profesora universitaria. "Entablo relación con Dardo Copalo allá por el año dos mil nueve. Él pide una cita conmigo, me cuenta el tema de su tesis y me dice que se le hace imposible continuar con su labor porque no puede encontrar por ninguna parte alguna edición del conocido libro "Las Mentiras de Ana Frank", por Helmut Neustädter. Dado que cuando mi abuelo vino de Berlín trajo un ejemplar de la conocida obra (junto con algunos zapatos pequeños que todavía conserva la familia como patrimonio histórico), le digo a Copalo que puede pasar por mi casa cuando quiera y retirar el texto mentado. Dardo se deshace en agradecimientos porque los tiempos de su tesis penden de un hilo, y yo acabo de otorgarle una solución a su terrible dilema. Sin embargo, el día señalado Copalo no concurre a la cita. De hecho, jamás pasó por casa a buscar el texto de Neustädter...
    Imposible dejar de admitirlo: desgraciadamente me topé con un veredista académico".

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  4. Lanchita Bisio, sociólogo. "Mis estudios sobre esta subespecie humana denominada VEREDISTAS posee larga data, y puede chequearse en la bibliografía pertinente. Creí que la tenía muy clara hasta que conocí a Eulalio Rivolta, un uruguayo que se había instalado en Tanti en los años noventa. Rivolta le decía a quien lo quisiera oír que él era un veredista sin mácula, impecable, porque siempre estaba en otra. Que si su mujer estaba esperando un hijo, que si su militancia en el Partido Ecologista, que si su trabajo como curador del Museo Rocsen... La cosa es que sus amplias y disímiles ocupaciones determinaban que él prometiera siempre diversas acciones que jamás cumpliría. "Soy un veredista convicto y confeso, Lanchita. Y me la recontraremil banco".
    Sin embargo, pude comprobar con mi agudeza de sociólogo que mientras se autodefinía como veredista se encargaba de varias cosas extra-veredales. De realizar ochenta y cinco llamadas diarias para insultar a su jefe. De organizar gigantescas reuniones donde todos sus amigos terminaban con el dedo gordo pinchado de heroína. De cogerse a la mujer de su hermano con total eficacia penetrativa.
    En síntesis: no dejaba de romper las pelotas ni un segundo, este Rivolta hijo de puta.
    Y bueh, qué podés esperar de un uruguayo, che... Pura imitación. Eulalio es un falso veredista.
    Yo creo que si los falsos veredistas se ponen de acuerdo podremos terminar con el hambre de la humanidad, con las guerras bacteriológicas y con las películas de Disney de un solo saque."

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  5. Valiosísimos sus aportes, querido anónimo. Recoger semejantes testimonios no es tarea fácil. Sospecho que para lidiar con asuntos tan sucios se debe haber puesto unos guantes.

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  6. Doña Rosa, promotora de Cigarrillos Kool: "La mujer de mi abuelo se llamaba María Elena. Cada vez que llegaba a un bautismo, cumpleaños o velorio lo hacía con las manos vacías. Sin embargo, siempre afirmaba que estuvo por hornear una tarta de arándanos para la magna ocasión. Luego de realizar tamaña afirmación, no se esmeraba ni siquiera en construir alguna excusa mínimamente plausible que justificara la ausencia del alimento mencionado. Como si la sola enunciación del vocablo "tarta" pudiese llenar nuestros estómagos, ¿vio?
    Hoy, a mediados de mayo de 2011, mi abuelo es comida de gusanos, mis padres también y yo pronto seguiré idéntico rumbo.
    Pero María Elena sigue por ahí, prometiendo tartas indiscriminadamente.... Olivia, por favor: pasame el teléfono de Lanchita Bisio: creo que estoy en condiciones de afirmar que María Elena, la señora de mi abuelo, es el origen de este espíritu de la vereda que luego se expandió cual virus de Rec por toda la Argentina..."

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