viernes, 12 de noviembre de 2010

Alguien tiene que hacerlo


El 2 de mayo de 2008, Julia Pettinari fue encontrada sobre la alfombra verde manzana de su cuarto con varias puñaladas en el torso, violada con su propio instrumento (un contrabajo) y con las muñecas serruchadas. El comisario Benavides no pudo evitar llorar como una abuela cuando vio el cuadro, pero logró articular primitivamente: “Necesito al mejor trazador, llamen a Notch”.

De un taxi descendió una figura oscura y apacible, abrigada con un sobretodo y un sombrero de ala ancha. Se detuvo un breve pero eterno lapso a contemplar la ventana de la habitación iluminada donde el mal se había hecho presente. Le abrieron la puerta a la velocidad con la que alguien que padece de gastritis toma un vaso de yogur. Ahorrando preámbulos innecesarios, signos de la maldita buena educación, Notch le preguntó a la dolorida madre de la víctima:

–¿Cuál es el segundo nombre de la muchacha?
–Teresa –sollozó la menopaúsica.
–Es un nombre hermoso –decretó Germán Notch, el trazador.

Con toda la paz del mundo, Notch subió los escalones que conducían a la delicada pieza del flamante cadáver sin manos. Entre los escalones diecisiete y dieciocho, abrió su abrigo victoriano, dejando a la vista un set de tizas de distintos tamaños y formas. Admirando el empapelado color pastel de la casa, seleccionó una tiza 45CH de la firma Chalks & Chalks, blanda y de mediano grosor. Un grupillo de policías le pisaba los talones con entusiasmo.

Ingresó en los aposentos de Juliana, sacando de uno de sus tantos bolsillos el cd de la banda de sonido ganadora del Oscar en 1978, Midnight Express de Giorgio Moroder, y le ordenó a un suboficial su inmediata reproducción. Con la parsimonia con la que un cazador de leones aplastaría a una vaquita de San Antonio, Notch comenzó a recorrer el grato, aunque incompleto, cuerpo de Julia con la tiza elegida. Como era su costumbre, siempre empezaba por el cuello, una especie de fetichismo inconsciente derivado de la ya superada obsesión de Notch por una señorita a la que tuvo que practicarle traqueotomía en 1987.

Los novatos uniformados trataban de no pestañear para tener marcado a fuego en su memoria un contorno del eximio perito. No era para menos, Notch fue el encargado de dibujar la silueta de cadáveres tan ilustres como los de René Favaloro, Cristina Lemercier, Gianni Lunadei y, recientemente, el de Heath Ledger, cuando estuvo de gira en los pagos del Tío Sam.

¿Que cómo llegó tan lejos? En la víspera de su cumpleaños número veintisiete, su madre lo amenazó con no mantenerlo nunca más. Tenía dos opciones: delinquir o ingresar en las fuerzas policiales. Fracasó en lo primero, porque era muy lento para correr y le disgustaba usar las pantimedias como máscara.

En sus primeros años como policía, se sintió como pez en el agua: se dedicaba principalmente a violar a los reclusos menores de edad y a pasarle pomada a los borceguíes del comisario. Pero, luego de doce años, comenzó a sentir un enorme vacío en su alma y decidió ingresar a los cursos de postgrados de Macramé y Tizas Pastel impartidos por el suboficial Néstor Arrestiagui. Fue entonces, a los 39 años, que descubrió su razón de ser: el trazado de cadáveres.

Sus primeras asignaciones no le resultaron nada fáciles, e incluso había mucha gente que dudaba de su talento. Tuvieron que asesinar a un obeso con escoliosis al que le faltaba una pierna para que Germán demostrara su aptitud, ya que sus colegas no pudieron completar el trabajo por considerarlo “el contorno más caprichoso con el que jamás se habían enfrentado”. Notch lo trazó con una sensibilidad a la línea que conjugaba el clasicismo con un vago aire vanguardista. El resto es trillado (dinero, fama, groupies, incertidumbre, adicción al láudano). Después de un largo laberinto pudo encontrar el sosiego, el perito ya peinaba canas y podían atribuírsele a él las palabras de Bjork: “Lo he visto todo”. Cerró la línea del cuerpo de Julia Pettinari en su tobillo izquierdo sin mostrar ningún sentimiento de naturaleza humana.

–¿No lo firma, Maestro? –preguntó uno de los cabos. –No, pibe –respondió Notch con pesadumbre, mientras se incorporaba y sacaba un cigarrillo. Lo encendió y, después de una seca, agregó: –Cuando ves a una mina que te mueve el piso en la parada del bondi, ¿le ves la firma al costado? Cuando te pedís un lemon pie en el bar, y su sabor es sublime, ¿le ves la firma? Las cosas más bellas del mundo no llevan firma, papá.



El Siestero de Rafaela. 14 de Junio de 2008. Sección "La Rafaela Noir que no queremos ver"

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